Pensé en escribirle a mi pasado,
y enseñarle mis heridas.
Pero me arrepentí y no lo hice,
porque en el fondo no quería que desaparecieran.
Y me di cuenta de que a veces duele más
quedarse sin ellas.
Y entendí que a veces necesitamos cicatrices
que nos recuerden los destrozos,
para poder ser felices.
Y llegué a la conclusión de que después,
la felicidad es distinta.
Que hay distintos tipos de felicidades,
como los hay de heridas.
Y que a veces están en nuestro brazo derecho,
y necesitamos a alguien que las cosa,
porque solos no podemos.
Me di cuenta, pero tarde.
Justo cuando ya tenía una nueva herida
y otra todavía sin curar.