Hace tiempo que tú y yo nos
entretenemos cada noche en hacer el dolor. Da igual dónde, da igual cuándo.
Donde nos pille. Las lágrimas las estrenamos sin (llo)vernos, tú por tu lado, y
yo ya por el mío. Y aunque no estés, abro mi paraguas de colores, para
disimular mi día gris, y dejo que me lluevas encima- ni tú me ves, ni yo te
veo, pero estamos ahí. El uno encima del otro. Lloviéndonos a mares,
arrastrándonos y erosionando la historia que vamos dejando atrás. Hasta llegar
al mar. Y ahí nos separamos. Y como gotas de agua nos perdemos entre la
multitud. No me recuerdas, o eso intentas, y yo doy vueltas para marearme y
olvidar, y bebo en un intento por olvidarte. Pero beber agua salada no hace
olvidar, y a veces me olvido de marearme y de llover. Y vuelve a empezar todo.
La misma historia, una y otra vez. El calor me saca del agua, el calor que aún
guardo de tus abrazos. Y volvemos a empezar.
Tú me llueves y yo me dejo empapar, y olvidamos juntos por el cauce de
dos ríos que avanzan separados. Y es así como, desde nuestra primera vez hace
ya meses, nos hacemos el dolor. O nos hacemos sufrir, que viene a ser lo mismo.
El caso es que no estás, y cuando vienes, solo me recuerdas que te has ido.
P·G